San Isidro

Los naturales de Aguado alumbran el apagón de Madrid

Corta un trofeo en el sexto, que era toro de Torrealta, remiendo de la decepcionante corrida de Juan Pedro Domecq en Madrid

Aguado
AguadoGonzalo Pérez

El mano a mano Ortega y Aguado colmó la plaza de Las Ventas mientras el rabo de Morante en Jerez seguía alimentando el runrún de los tendidos. En esta ecuación se mide la felicidad. Y en la falta de fuerza del primero lo contrario. Tenía cara el de Juan Pedro Domecq, pero sin contenido. Y así la faena no había empezado y estaba condenada al fracaso. Era el primer toro de Juan Ortega. Casi no habían sonado los clarines y Madrid ya estaba con ese indeseable ambiente de reventar la tarde. Fuera como fuera. Necesitábamos un milagro para que este sábado 24, que hacía meses que estaba marcado en el calendario, no acabara con la cara partida. Qué hartura. Lo malo es que solo se dieron motivos para que así fuera. Un toro detrás de otro, y las espadas medio romas. Un petardo, que alimentó, ¡cómo si hubiera necesidad! la hostilidad de Madrid en tardes como esta. A Aguado el destino le tenía guardado otro ejemplar de nula fuerza y empuje con el que el toreo fue un simulacro y las ilusiones una utopía. No había otra que esperar. Y desesperar entre unos y otros.

Descaste

«Oxidado» manseó de salida sin tener muy claras cuáles eran las reglas del juego. Miguel Ángel Sánchez le sacó un buen par con los terrenos descolocados y sin perder el tiempo. Bonito fue el comienzo de faena de Ortega con esa irregular embestida, que además era pegajosa. Juan se justificó en un ambiente incómodo, como se pone esta plaza, sobrada y antipática. Era un asquete lo que ocurría en el ruedo con irrelevantes opciones y esa sensación en el tendido.

El cuarto tenía descaro en la cara, pero no remate y entonces protestaron al toro. Con el «miau miau» entre otros regalitos. Ojo que otros días todo vale. Extraordinario el quite de Ortega e ilusionante el prólogo de Aguado, incluso la siguiente tanda. Después bajó la revolución del toro y la tarde regresó por donde había venido: a la nada. Protestas y protestas.

A una bala del petardo

Una bala quedaba a las ocho y media de la tarde/noche. Uno y uno. Qué tedio y sensación de reventón de cantidad de gente y en el ambiente.

A Roberto Domínguez brindó un quinto, que fue después a la muleta rebrincado y sin entrega, a la defensiva. No fue el día de Juan Pedro Domecq. Quedaba claro. Ortega se sacó el toro a los medios y quiso hacer el toreo, pero el toreo necesitaba de un milagro para levantar la energía al de Juan Pedro Domecq, que recordó a corridas de otros tiempos.

El toro del trofeo

El sexto, ya de otro hierro, vino a resarcir la tarde. Pablo Aguado convenció con el toreo al natural y la sedosidad que le es innata. No hubo perfección, sí cadencia. El toro, en su movilidad, tenía también veneno de medir y meterse por dentro, de ahí la sensación de caminar en el alambre. Cuando Pablo lo lograba el muletazo era una belleza, como el remate a dos manos pleno de torería, largura, y esa sensación de que podía ser, aun en el infierno de la tarde que llevábamos. Detrás de la espada se fue, cayó abajo, pero la muerte fue explosiva y también el premio. Aguado, y sus naturales, alumbraron la tarde del apagón. A punto estuvimos de irnos con el corazón roto.

Ficha del festejo

LAS VENTAS (MADRID). Décimo cuarta. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq y uno de Torrealta, 6º, desiguales. El 1º, deslucido por flojo; 2º, sin fuerza ninguna; 3º, deslucido por flojo y pegajoso; 4º, a menos; 5º, rebrincado por falto de poder; 6º, con movilidad y complicado. «No hay billetes».

Juan Ortega, de champán y oro, pinchazo, estocada (silencio); media (silencio); media delantera, descabello, aviso (silencio).

Pablo Aguado, de de burdeos y azabache, dos pinchazos, estocada (silencio); media, descabello (saludos); estocada caída (oreja).

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