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Literatura
Las exactas pinceladas de Katherine Mansfield
La escritora, clave en el modernismo literario, aterriza de forma inédita ante el público español con «Cuentos y prosas breves», una reveladora y bella recopilación

La anatomía de una sonrisa, la caída de una hoja, cómo la luna ilumina la calle o cómo alguien aferra los nudillos a una butaca. Lo mínimo, pero, a la vez, cargado de significado, es lo que observaba Katherine Mansfield. La escritora neozelandesa (1888-1923) exprimió su corta vida hasta el último detalle, y volcó su jugo en una ingente y plena obra. Una literatura clave en el modernismo literario que, explica Patricia Díaz Pereda, no narra «lo extraordinario ni lo grandilocuente. Su talento transmite en sus escritos hasta los detalles más nimios, que nunca son superfluos o gratuitos». Ha sido la encargada de la traducción y edición de la obra de una Mansfield que aterriza ante el público español cargada de sorpresas. Bajo el título «Cuentos y prosas breves» (Páginas de Espuma), se recogen en un bello volumen todos los cuentos, en orden cronológico, que la autora publicó en vida en diversas revistas, así como las prosas breves de sus cuadernos de notas. Una demostración de cómo Mansfield, bajo pinceladas exactas, se erigió como una de las grandes innovadoras y maestras del relato corto en lengua inglesa.
Díaz Pereda ha partido de una edición de dos tomos de la Universidad de Edimburgo, que contiene 220 piezas, fechadas entre 1898 y 1922, y de las cuales, aproximadamente, son 80 las inéditas en español. Ha confeccionado un volumen que descubre facetas desconocidas para nuestro público, «como que en una época le interesaron los cuentos infantiles y de hadas, o que a veces escribió cuentos solo dialogados, sin narrador, en los que demuestra su oído para las conversaciones», explica la editora, resumiendo este retrato de Mansfield como reflejo «de su pasión infatigable por la escritura, por anotar todo lo que observaba e imaginada. Una autora muy libre en sus cuadernos de notas, que escribe lo que desea sin tener que pensar en si algunos temas son ‘‘publicables’’, como puede ser la violación incestuosa o que una madre deje morir a su hijo por negligencia y autoabsorción».
Tras la temprana muerte de la escritora su marido, John Middleton Murry, recopiló sus escritos y los publicó en el libro «El canto del cisne», también en 1923. Desde entonces, comenzó a ejercer un papel de albacea del legado de Mansfield, pero corrigiendo y suprimiendo extractos, así como cambiando o incluso añadiendo títulos cuando no los había. «Retocó y manipuló de forma notable la prosa de Mansfield. Solo sería en 1997, gracias a la ingente labor de Margaret Scott, cuando se publicaron por primera vez los cuadernos completos, sin alterar, tal y como Mansfield los escribió», plantea la editora en el prólogo. Para este volumen, explica, «he seleccionado todos esos cuentos que no habían sido traducidos previamente al español y, por tanto, no llevaban la impronta de Murry. El lector percibirá la diferencia entre los relatos que Mansfield publicó en revistas en vida y obviamente corrigió, y los de los cuadernos que no revisó».
Una creadora «outsider»
Estamos, por tanto, ante una Mansfield carente de filtros. Ante una autora del modernismo inglés que trabajó el monólogo interior, a quien le interesaba, apunta Díaz Pereda, «el momento privilegiado, lo fragmentario, incluso lo que podríamos calificar casi como espasmódico. Como sus contemporáneos, ella también rechaza la literatura realista anterior, y busca la cooperación del lector, dándole libertad para ello». Y una autora absolutamente actual. Su interés se centraba en expresar las situaciones, sensaciones y sentimientos en los que estaban inmersos sus personajes. En ese sentido, define la editora que «es bastante rupturista con los escritores de relatos anteriores. En sus cuentos, refleja como nadie las tensiones, la fragmentación de la vida moderna, la violencia oculta que subyace bajo lo aparentemente sereno, pintoresco o doméstico». Una constante atención hacia la identidad y los problemas que su búsqueda conlleva, «preocupación absolutamente moderna y que sigue estando presente. A veces, incluso se anticipa al postmodernismo en algún microrrelato», añade Díaz Pereda.
Dentro de esa mirada actual hacia la obra de Mansfield, destacan sus personajes. Especialmente, los femeninos. Ha sido históricamente valorada su maestría a la hora de perfilarlos «con distancia, ironía y dureza a veces, sin hacerse muchas ilusiones acerca de la naturaleza humana», describe la editora. ¿Podemos considerarla como edificadora del feminismo en la literatura? «En su obra predominan personajes femeninos que, en ocasiones, sienten el peso del sexismo, aunque expresado con sutileza y sin dramatismos», expone, refiriéndose a que hay bastantes mujeres que se sienten o son «outsiders», que no acaban de encajar en un mundo dominado por hombres. «Que sienten la fractura entre la realidad y el deseo. En este sentido, y en el predominio claro de los personajes femeninos, sí, podríamos hablar de un feminismo literario en la obra de Mansfield», apunta.
Pero no fue una autora reivindicativa. No por su propia orientación sexual o por su tendencia a darle protagonismo a las mujeres se sentía especialmente preocupada por las minorías. A diferencia de su coetánea Virginia Woolf, asegura Díaz Pereda que Mansfield «nunca firmó peticiones contra la censura y otras cuestiones políticas». Si bien no se le escapaban asuntos relacionados con los desfavorecidos, pues como se ha planteado era una aguda observadora de su entorno, «a pesar de haber tenido un par de historias lesbianas las ocultó, a diferencia del grupo de Bloomsbury, que vivía la homosexualidad abiertamente en su círculo y tenía una postura más reivindicativa, dentro de los estrechos márgenes que la ley entonces permitía».
Una autora que, al igual que su propia literatura, estaba llena de matices, y que acarreaba una personalidad fuerte, tan sólo posible al estar perfilada por una vida intensa y repleta de experiencias. Desde el primer cuento que publicó en 1898, en la revista de su colegio en Oxford, hasta que enfermó de tuberculosis en 1917 y, aún así, siguió escribiendo, se descubre una evolución narrativa también reflejada en las páginas de la edición de Páginas de Espuma. Un recorrido estilístico que suprime, dice la editora, «lo melodramático. También se va liberando pronto de la influencia de Oscar Wilde, que la influyó mucho al principio. Toda su obra fue ferviente admiradora de Chéjov, lo que la llevó en varias ocasiones a escribir, hasta que abandonó esta práctica, cuentos de ambiente ruso». Siempre manteniéndose a nivel temático, y aún dando cada vez más rienda suelta a su natural ironía y sarcasmo, en su interés por las pequeñas cosas que, «sin embargo y a la postre, son las importantes y donde radica la modernidad», concluye.

Los celos de Virginia Woolf
Dos grandes mujeres de la literatura coincidieron en el tiempo: Katherine Mansfield y Virginia Woolf. Y también se conocieron. Tuvieron una breve amistad, interrumpida por la temprana muerte de la primera, pero muy compleja. En un primer momento, dice la editora Patricia Díaz Pereda, «la impresión de Woolf fue negativa –se encontró con una mujer con temperamento, inestable-, pero enseguida se rindió a su inteligencia y talento». Si bien literariamente perseguían cosas parecidas, la autora de «Una habitación propia» llegó a confesar en una de sus cartas, «tras la muerte de Mansfield, que fue la única escritora de quien sintió celos. Había una comprensión profunda y mutua respecto a lo que atañe a su arte».
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