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Javier Sierra, el arte del misterio
El escritor regresa con «El plan maestro», una invitación a descubrir y mirar el arte a través de una trama que pone en contacto a Velázquez o Botticelli

Todos los libros tienen detrás una historia. La de este comenzó hace ya mucho tiempo en el Museo del Prado, justo delante de «La perla», una Sagrada Familia de extrema delicadeza firmada por Rafael en el distante año de 1518. El cuadro propició el encuentro de un joven Javier Sierra con un hombre, del que nunca llegó a conocer su nombre, que, sin ningún motivo, solo por pura generosidad o, probablemente, por su amor al conocimiento y su difusión, le brindó las claves de ese cuadro y le dio, también, las enseñanzas necesarias para que aprendiera a mirar las obras de arte que contemplaban en la pinacoteca madrileña. «Un maestro no es únicamente la persona que te aporta un tipo de conocimiento. Es también la que te orienta para que puedas encontrar el conocimiento que deseas aprender. No es solo el que sabe, es el que te ayuda a llegar a donde quieres ir», comenta el escritor. Después de casi cinco años de ausencia, el novelista regresa con «El plan maestro» (Planeta), una obra que, admite, proviene de «una cicatriz emocional», del encuentro casual «con esa persona me deslumbró me enseñó a mirar el arte y reconoce parte de sus códigos. Después de ese día, no volvería a verla nunca más, a pesar de mis frecuentes paseos por el museo. Esa búsqueda del maestro se convirtió en nostalgia con el transcurrir del tiempo y este es precisamente uno de los principales motores de la literatura y de la vida. La ausencia de ese maestro ha sido el motor de arranque de este libro». Sierra remata su comentario con una reflexión oportuna: «Me di cuenta de que coincidía con el arquetipo del maestro, que en los mitos desaparece. Está en contacto con los dioses instructores de todas las culturas antiguas que actúan así. Este paralelismo me rondó de manera constante y quise aterrizarlo en una historia. He relacionado un viejo y persistente mito con lo que me ocurrió».
Javier Sierra, con traje, pero sin corbata, deambula por las salas del Prado. Son las ocho y media de la tarde y la pinacoteca está cerrada ya al público. Las salas están vacías y su voz resuena delante de «El jardín de las delicias» de El Bosco. Esta es una de las piezas que forman parte del misterioso enigma que esconde «El plan maestro». En realidad, esta propuesta es una invitación de Javier Sierra a volver a mirar el arte y los secretos que encierra a través de una trama con pulso de «thriller».
Junto a otra obra emblemática de la galería, la «Virgen del pez», de Rafael, reflexiona sobre los mensajes encriptados que los artistas introducen en sus trabajos y sobre la necesidad de asomarnos a los lienzos con una imaginación desprejuiciada, como si fuéramos niños, que son capaces de encontrar conexiones insospechadas. Un talento que los adultos hemos olvidado. «Somos la cultura más expuesta a las imágenes de toda la historia de la humanidad, pero hemos sustituido la calidad por la cantidad. Estamos bombardeados por miles de imágenes, las interpretamos rápido pero no las interiorizamos y esto nos desorienta».
Los grandes riesgos
Javier Sierra comenta que ahora «nadie nos explica una obra de arte. El arte y la historia del arte están despareciendo de nuestros currículums. Incluso en los colegios religiosos se está reduciendo el arte a un catecumenado encubierto. Y eso es un tremendo error. Nos estamos transformando en unos analfabetos visuales. Vemos mucho y entendemos poco y esto nos va a pasar factura». Cuando se le pregunta por qué, no vacila en su respuesta: «Vivimos en países, sobre todo en Europa, donde el patrimonio artístico está en cada esquina, pero desapasionarnos por el arte o ignorarlo pone en riesgo su preservación, porque puede conducirnos a preferir que se abra una tienda de móviles a conservar una iglesia gótica». Por eso, advierte contra el «supremacismo de las asignaturas de ciencias, como matemáticas, física y otras», y avanza un prejuicio peligroso: «En este momento existe un desprecio intelectual hacia la formación en humanidades. Cuando un niño o decide estudiar filosofía o historia parece un drama. Es generalizado. Me parece que estamos perdiendo una parte importante de la cultura que debería estar integrada en el sistema educativo. No solo estamos formando trabajadores técnicos, también tenemos que preocuparnos de formar intelectuales para el futuro».
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